otra vez mirando con cautela
a esos extraños que comparten la mesa
y ríen y te hablan como si te conocieran
cierras con fuerza los ojos, el puño, la cuchara
y te agarras a la silla de madera
para volar hasta la roca desierta sin techo
sentir la sal en los labios que mata el hambre
y no volver jamás
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